Número actual
En este número de Acápite pensamos, con el marxismo mesiánico de Benjamin, que el arte —y en concreto el arte literario por su relación con el lenguaje, la narración y la evocación memorística— es un lugar propicio para reflexionar sobre la violencia de la archivística hegemónica. Porque el arte, o, más bien, el buen arte —y en concreto el buen arte literario—, a través de producciones culturales que dan cuenta de las afecciones innominadas del momento ideológico/cosmovisional en turno —y, claro está, de los modos en que genera archivo la hegemonía de ese momento ideológico/cosmovisional—, posee una historicidad compleja que, a un tiempo se abre espacialmente hacia artefactos culturales que exceden la creación occidental y la propia noción de arte (pienso en el arte del ‘mundo colonial’), surca los artefactos culturales de la tradición occidental, que, en el momento ideológico/cosmovisional de la modernidad y de su creación de archivo, leemos como arte, pero que eran mucho más que arte en el momento de su surgimiento (pienso en la alegoría, pienso en la épica, pienso en la tragedia, pienso en el mito…). Es decir, el arte se remonta y tramonta mucho más allá de sí mismo: proponiendo la ilación de una lógica constelada de cortes diacrónico/centrífugos (en los que el acontecimiento del origen es siempre un conflicto) que, frente a la inercia centrípeto/sincrónica de los archivos hegemónicos, pone sobre la mesa el problema del juicio irreductible sobre lo singular/afectivo frente a las categorizaciones abstractas y homogeneizadoras con que dicha inercia se despliega. Esto es, crea un anti/archivo que permite indagar en lo invisibilizado, lo vulnerado, lo dañado, por la dinámica vesánica que constituye la generación de archivo, es más, nos permite imaginar aquello que fue irrevesiblemente borrado y destruido.