Este cuarto número de Acápite, cuyo dossier se concentra en Ferrocarril y literatura, nos convoca a pensar en la construcción de imaginarios culturales a partir del ferrocarril. El punto de arranque de la literatura ferrocarrilera en México fue el año de 1837, fecha en que Francisco Arrillaga publicó su Proyecto del primer camino de hierro de la República. Si bien el planteamiento de Arrillaga no logró concretarse en un primer momento, el proceso constructivo y el arraigo de lo que a la postre se convertiría en el “Ferrocarril Mexicano”, primera magna obra de ingeniería (con sus 423 kilómetros que unían a la ciudad de México con el puerto de Veracruz), dio pie a una serie de transformaciones culturales y sus ineludibles consecuencias en la representación de los imaginarios nacionales. Luego de sortear múltiples desafíos (geográficos, técnicos, políticos, económicos y sociales), el 1° de enero de 1873 se inauguró (de forma completa) la primera gran línea férrea de México. El denominado Ferrocarril Mexicano además de impulsar un nuevo medio de transporte capaz de fortalecer y consolidar rutas comerciales, también logró adentrarse en los territorios de los imaginarios culturales, desarrollando nuevas prácticas de sociabilidad y nuevas narrativas.